
Salazar creó un régimen absolutamente contrario a los régimenes que aunque se llamen democráticos son totalitarios, pues, como él mismo decía, obran como si fueran "principio y fin de sí mismos", hasta caer en estado de verdadera locura, por romper su dependencia de "leyes superiores a la ley", por negar la "regla moral preexistente y superior al Estado", única regla que puede mantener al gobernante —inclinado siempre a extralimitarse y deificarse— en estado de cordura.
Toda la doctrina del nacionalismo salazariano cabe en el precepto de "hacer vivir al país normalmente": era "la voluntad de mantener y desarrollar en la nación lo que es necesario para la vida normal".
Luchó por la extinción del partido comunista —extinción no sólo legal sino real—, del partido "movido desde el exterior", que "parodiando a la raza elegida, hace la promesa sacrílega a todos los pueblos de la redención del crimen".
Traducción a cargo de Carlos Abascal.